Por mucho paquete que marquen en Madrid Jordi Turull y Míriam Nogueras (pese a ciertas dificultades biológicas de esas que se imponen a la autopercepción), la capacidad de Junts para ganar amigos e influir en la sociedad, que diría el llorado Dale Carnegie, cada vez deja más que desear. Los dos principales frentes que tienen abiertos ahora mismo los leales a Puigdemont no parecen anunciar victorias inminentes. Me refiero a su intento de imponerse a Sílvia Orriols, la matamoros de Ripoll, y al de colar el catalán en Europa, caigui qui caigui i peti qui peti.

A Junts le preocupa sobremanera que parte de su parroquia pueda emigrar a Aliança Catalana, teniendo en cuenta qué es lo que mueve a los nacionalistas. Los de Puchi se empeñan en diferenciarse de los de Orriols, como si el racismo no hubiera sido siempre una de sus señas de identidad, astutamente disimulado por Jordi Pujol, pero fácilmente detectable por sus adversarios políticos. De hecho, Orriols no es más que un Pujol sin filtros ni disimulos: ella odia a todo el mundo que no tenga ocho apellidos catalanes. De ahí que resulten ridículos los esfuerzos de Junts por presentarse como un partido de centroderecha liberal que cree en la igualdad de todos los seres humanos.

Como decía ayer un artículo del jefe, el racismo de Orriols se incubó en los tiempos de Pujol, incluyendo el odio a España y el boicot permanente a la lengua castellana. Lo único que ha hecho la alcaldesa de Ripoll es integrar a los moros en la ecuación, a sumarlos a las huestes de la anti-Cataluña. Y los nacionalistas, escaldados ante el prusés y el post-prusés, empiezan a verla como la genuina guardiana de las esencias. Aliança Catalana sólo representa la lógica evolución del nacionalismo, que nunca funciona sin un poco de racismo y odio al más o menos diferente.

La pugna por el velo, el burka o el niqab entre ambas formaciones sólo oculta un fondo electoral, una lucha por el mercado entre el racismo moderado (si tal cosa existe) y el racismo desacomplejado. ¿O es que ahora va a resultar que los convergentes no odian a nadie tras haber despreciado sistemáticamente a charnegos, panchitos y moracos? A otro perro con ese hueso, señores.

También pintan bastos en el tema del catalán en Europa. El Gobierno ya se ha sacado de la manga un plan alternativo (Puchi y el beato ya han arrugado la nariz) para tomarse las cosas con calma. En un principio, sólo se pretende traducir el 3% (cifra mágica en la historia de nuestro nacionalismo reciente) de los documentos oficiales, pues parece que andamos algo tiesos como para atrevernos con el 100%. O sea, que Sánchez les ha vuelto a dar gato por libre a los separatistas, como tiene por costumbre. Aparentemente, tiene a Albares partiéndose el pecho en las instituciones europeas por la implantación del catalán (con el euskera y el gallego de inevitable torna). En la práctica, a los dos se la sopla el asunto, lo cual entra dentro de la normalidad: si no dependieran de los votos de Junts, ¿de qué iban a desperdiciar tanta energía para que dos o tres fanáticos pudieran expresarse en catalán en Europa cuando lo cierto es que conocen perfectamente el español, pero no les da la gana hablarlo?

Ese catalán por fascículos que impulsa Sánchez le sirve, como todo, para ir tirando hasta que el PP lo desaloje del poder y se cargue de un plumazo las ilusiones del fugitivo de Waterloo (o se invente otra manera de torearse a los nacionalistas, caso de que también necesite sus votos).

Definitivamente, todo iba mejor con Pujol, con aquel Pujol que conocía sus límites y se iba cargando la convivencia en Cataluña con discreción, tapujos y mentiras. La avaricia rompe el saco. Y desde que se optó por una independencia imposible, las cosas se torcieron. El paisito era de los convergentes, que ahora se ven obligados a disputárselo con una iluminada de pueblo que, poco a poco, se les va comiendo la merienda. Que se hagan el gallito sin tasa Tururull y Nogueras, que aquí no hay más cera que la que arde y d´on no n´hi ha no en raja.