Como los tiempos no acompañan a la hora de ocupar el aeropuerto o reproducir la batalla de Urquinaona, el lazismo aprovecha todas las oportunidades que se le presentan para demostrar que, pese a los palos recibidos y el aburrimiento del personal, la causa sigue más o menos viva. Lo pudo comprobar el otro día Salvador Illa cuando se acercó al Palau de la Música para asistir a un acto de Omnium Cultural y se encontró con que le habían montado una encerrona en toda regla.

Tal vez pensó el presi que Xavier Antich se portaría bien, ya que acababa de sumar a su organización al pacto por la lengua (catalana, claro), pero no fue así. Cuando una pandilla de energúmenos maleducados se puso a gritar lo de In- Inde-Independenci-¡ah!, el Hermanísimo (como se le conocía cuando cortaba el bacalao cultural en La Vanguardia aprovechando que su hermano Pepe dirigía el diario) se sumó encantado al jolgorio patriótico sin pensar que tal vez se lo podría ahorrar, aunque sólo fuese por respeto institucional.

No fue el único. Ahí estaban Pere Aragonès (alias El Petitó de Pineda), Josep Rull (el de los cuescos que dejaron fuera de combate a Jordi Turull cuando compartían merecida celda en Soto del Real) y Artur Mas (también conocido como El astut), que se lanzaron a gritar y dar palmas como si no hubiese mañana (y pintara francamente mal). Estaban a dos pasos de Illa, pero eso no les frenó. Observaban al actual presidente de la Generalitat (ese hombre que pretende des-catalanizar Cataluña, como demuestra lo de irse a Japón y dejarse retratar junto a una flamenca) y, luciendo sus mejores sonrisitas de conejo, se apuntaban a los cánticos de ritual: In- Inde-Independenci- ¡Ah!

Como tiene un punto meapilas, Illa encajó el chaparrón con una paciencia digna del santo Job, pero espero que haya tomado buena nota de la humillación que le infligieron los lazis. Y que por fin se haya dado cuenta de que, con esa gente no vale la pena mostrarse razonable, comprensivo y conciliador, ya que lo único que entienden es el artículo 155 de la Constitución española.

Está muy bien que Illa pretenda ser el presidente de todos los catalanes, pero una parte de esos catalanes no quiere verle ni en pintura. Y si se les presenta la ocasión, me lo abochornan (medalla de oro a la grosería al trepilla Antich: no se invita a alguien a casa para tratarlo a patadas y faltarle al respeto, a él y a la institución que representa, que sólo es sagrada para los indepes cuando está al frente de ella alguien de los suyos).

El PSC siempre ha sido muy tolerante con los lazis. La cosa empezó en los tiempos de Pujol, cuando los sociatas siempre temían no parecer suficientemente catalanes. No se puede ir por la vida de acomplejadito, y por la política aún menos. Pasan los años y nuestros socialistas aún no parecen haberse enterado de que a los independentistas hay que tratarlos a patadas (que es como ellos tratan a todos los que no les bailan el agua). En ese sentido, ¿para cuando la bendita purga en TV3? ¿A alguien le parece normal que sigan en sus puestos todos los procesistas que convirtieron la televisión pública de Cataluña en Tele Prusés? ¿Por qué los políticos lazis pueden hacer siempre lo que les sale de las narices mientras los (presuntos) constitucionalistas tienen que ir con pies de plomo para que no los acusen de anticatalanes?

Me temo que el truco de Pujol sigue funcionando. Y si no, la cosa es aún peor, pues demostraría cierta connivencia de nuestros socialistas con los independentistas. Aunque igual todo se reduce a no cabrear a ERC, de cuyo apoyo (o indiferencia) dependen en cierta medida.

No es posible volver a atacar el aeropuerto. Ni reproducir la batalla de Urquinaona. Pero se puede chinchar de manera puntual, más o menos discreta y sin consecuencias penales, que es lo que hicieron la otra noche en el Palau de la Música el Hermanísimo, el Astut y el resto de energúmenos allí reunidos. Suerte tienen de que Salvador Illa es un hombre temeroso de Dios que cree en el perdón y la reconciliación (hasta con un personal que no merece lo primero ni aspira a lo segundo), porque otro habría sido muy capaz de decirle a la salida a su secuaz más cercano: “Se acabó la subvención para estos mastuerzos de Omnium”.