En febrero de este año, aprovechando un puente escolar, mis padres me propusieron hacer una escapada familiar a Praga y yo, que voy siempre justa de dinero y me encanta viajar, acepté la propuesta encantada, aunque no sin cierto remordimiento. Para esas mismas fechas me había comprometido ya con un amigo para hacer una salida a la nieve, con los niños. Opté por serle sincera: “Te voy a tener que cancelar, es que me apetece mucho viajar…” Mi amigo fue muy comprensivo, pero desde entonces, cuando montamos algún plan, me suelta en broma: “Ahora no me hagas un Praga, ¿eh?”, lo que equivale a “no me canceles en el último minuto”.

“Hacer un Praga” es lo que mi primo Andrés, argentino criado en Estados Unidos, llama ser un “Latin”. A mi primo, que vivió mucho tiempo en Barcelona, le irritaba que en nuestra cultura estuviera tan normalizado escaquearse de un compromiso en el último minuto, sin ninguna excusa convincente. “Es que está lloviendo y me da pereza salir”, “es que no me acordaba que ese día tengo Pilates”, “es que ha venido mi hermano y hace tiempo que no lo veo”. “¡Laaaatiiiin!”, exclamaba, desesperado.

Lamentablemente, mi primo, que ahora vive en Tailandia, el muy sabio, tenía razón. Es cierto que en nuestro país está bastante aceptado cancelar planes a última hora y que solemos perdonar los escaqueos, porque todos lo hemos hecho alguna vez. En la mayoría de las ocasiones —hablo por mí-- se debe a nuestra propia incapacidad para decir “no” a un plan que no nos apetece, por miedo a quedar mal. Las cenas de padres del cole, por ejemplo. Todo el mundo dice que sí cuando alguien las convoca, pero luego, cuando se acerca el momento, el grupo de WhatsApp se llena de “disculpad, no puedo”, “lo siento, seré baja, pasadlo bien”. Y el el/la pobre que se ha matado a organizar la cena tiene que asumir el marrón de llamar al restaurante para anunciar: “en lugar de 15 seremos 6…”

La pandemia de Covid-19 ha ayudado a que esta tendencia a cancelar planes en el último momento se haya expandido a otras culturas. Cancelar planes en el último minuto es la nueva normalidad, titulaba The Wall Street Journal hace tres años. El artículo, escrito por Mahzad Hojjat, profesora de psicología social de la Universidad de Massachusetts Dartmouth, insinuaba que, si bien en Estados Unidos cancelar planes siempre había sido visto como algo maleducado, ahora empieza a ser un componente fijo de la vida social.

“El Covid ha hecho que quienes son propensos a incumplir los planes se sientan menos culpables por decidir no hacer acto de presencia en el último minuto”, explicaba la investigadora americana. "Siempre ha habido esos amigos que llegan tarde, que no aparecen con tanta frecuencia o que no disfrutan realmente formando parte de un grupo; a esas personas ahora se les da más cancha".

Hojjat remarcaba además que las constantes cancelaciones habían exacerbado otro fenómeno prepandémico: el ghosting, es decir, esfumarse de repente sin dejar rastro, sin explicaciones, bloqueando, borrando las cuentas o, sencillamente, dejando de responder a los mensajes o llamadas de alguien con quien se ha mantenido algún tipo de relación.

"Hay reglas sociales más laxas", escribió. "La gente lo percibe así y piensa que está bien no presentarse”.

La tendencia a ser un “Laaatiiin!”, como diría mi primo, tiene que ver con la creciente ansiedad social, vinculada al hecho de que estemos cada vez más acostumbrados a relacionarnos online y los encuentros sociales “reales” nos abruman antes de que ocurran. “Para algunos, la excitación inicial que les empuja a aceptar un plan puede convertirse en ansiedad anticipatoria. A medida que se acerca el evento, empiezan a sentirse ansiosos y piensan que ya no quieren acudir. Si el plan se cancela, hay una sensación de alivio", explica la doctora Gail Saltz, profesora clínica asociada de psiquiatría en la Facultad de Medicina Weill-Cornell del Hospital Presbiteriano de Nueva York, en la revista The Girlfriend.

Saltz aconseja que, si eres de los que “haces un Praga” a menudo, te pares unos minutos a pensar antes de aceptar un plan: analiza si de verdad te apetece hacer eso y con esa gente. “¿Estás quedando con una persona que ya no consideras amiga solo porque te sientes mal dejándola ir? Si es así, tal vez sea mejor ser sincero en lugar de seguir faltando con excusas poco convincentes”, escribe Saltz. En otros casos, el plan y la compañía realmente te apetecen, pero sigues sufriendo el impulso de cancelar o sintiendo alivio cuando te cancelan, aunque probablemente te lo hubieras pasado bien. ¿Qué hacer entonces?” “Resiste el impulso de cancelar planes”, aconseja la experta. “Recuérdate a ti mismo que es algo que quieres hacer. Lo más probable es que te alegres de haber ido”.