Las literaturas del 'Finis Terrae'

Las literaturas del 'Finis Terrae' DANIEL ROSELL

Letras

Las literaturas del 'Finis Terrae'

Antoine Compagnon deslumbra en Con la vida por detrás (Acantilado), una meditación intelectual sobre la muerte, el fin de la escritura y el estilo tardío basada en sus últimas lecciones como académico en el Collège de France

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Roland Barthes, uno de los últimos estructuralistas, inventor de conceptos como el grado cero de la escritura, ha pasado a la historia de la cultura occidental como el primero que –de forma expresa y nítida– profetizase la muerte del autor. Las obras literarias, según reza su tesis, no obedecerían a las intenciones ni a los avatares biográficos de su creador, que es la perspectiva de la crítica literaria tradicional, sino que pueden y deben ser interpretadas antes desde el punto de vista de cada lector individual.

Paradójicamente, el filósofo francés sentía una intensa angustia cuando al leer libros se topaba con los instantes crepusculares de los escritores: “Leer al autor muerto, para mí, es algo vivo” –confesaba– “me desgarra la conciencia la contradicción entre la vida intensa de su texto y la tristeza de saber que está muerto: siempre me entristece la muerte de un autor, me conmueve el relato de las muertes de un autor”.

'Roland Barthes por Roland Barthes'

'Roland Barthes por Roland Barthes' PAIDÓS

El aparente asesino, en el fondo, no era más que un sentimental que se contradecía. Una de sus inquietudes personales era llegar a ese momento en el que un escritor se plantea para qué continuar escribiendo, ya sea por agotamiento, enfermedad, rendición o extinción, si llegará un día en el que tendrá que poner el punto final a su obra. Ya no habrá siguiente línea. Ni un nuevo párrafo. Ni un próximo libro.

Sobre esta misma cuestión –el final de la escritura, que está vinculado también a su utilidad cultural– ha escrito un emocionante ensayo Antoine Compagnon (1950), profesor, crítico, ensayista y, tras la desaparición de figuras como Bloom, Steiner y Fumaroli, una especie de fin de raza de los grandes intelectuales y humanistas europeos. Con la vida por detrás (Acantilado) es una honda y bella meditación sobre la muerte, el duelo y los límites de la escritura creada con los materiales de las últimas lecciones que el académico impartió en el Collège de France. El ensayo fue publicado en francés hace cuatro años, aunque su versión en español, a cargo de Manuel Arranz, no había llegado hasta ahora a las librerías.

'La segunda mano o el trabajo de la cita'

'La segunda mano o el trabajo de la cita' ACANTILADO

Se trata de un libro compuesto mediante la suma de ensayos o lecciones, donde la reflexión general se enriquece con un fecundo caudal de citas literarias –Compagnon, todo un maestro en la materia, ya dedicó un ensayo a esta práctica: La segunda mano o el trabajo de la cita (Acantilado), una variación de la tesis que le dirigiera Julia Kristeva–, digresiones luminosas y el relato de los episodios postreros de escritores, en su mayoría en lengua francesa. Su planteamiento de fondo es seductor: un inmortal de la Académie Française cuestionándose sobre el final de la escritura, que acaso sea la forma de muerte más absoluta que existe.

Compagnon hace aquí un ejercicio de realismo –llamarle modestia en el caso de un intelectual francés sería inexacto– y nos regala abundantes momentos de poesía, sabios pasajes sobre la vida y el arte y un cofre mágico cargado de erudición. El académico francés, que recurre sin cesar a Roland Barthes, también prescinde de su tesis acerca del deceso de la autoría: el germen de su libro es la sensación de llegar a la estación término que le provoca su jubilación de la docencia, un hecho biográfico.

Antoine Compagnon ataviado como 'inmortal' de la Academia Francesa

Antoine Compagnon ataviado como 'inmortal' de la Academia Francesa

Su talento radica en trascender, mediante la elegía, igual que su día hizo Montaigne, este episodio privado para levantar a partir de él un edificio con distintos niveles donde se abordan (a fondo) asuntos como el sentido de la vocación frente al deseo de descabalgarse del destino literario, el canto de cisne del poeta –opuesto al mito del ave fénix, capaz de renacer de sus cenizas– y eso que hasta hace no demasiado tiempo se llamaba el estilo tardío, que hace que determinados escritores se atrevan en su ocaso a impugnar su propia trayectoria ante la conciencia de la muerte.

A veces lo hacen escribiendo una inesperada obra final, desinhibida, rabiosa o melancólica, según el ánimo de cada cual antes de que baje el telón, que tiñe con una pátina distinta toda su literatura; en otras ocasiones estos crepúsculos muestran cómo la decadencia lastra una carrera luminosa. Dentro del primer grupo estaría Shakespeare y La tempestad. En el segundo podríamos citar a Vargas Llosa y Le regalo mi silencio, su novela postrera, inferior a las altas cumbres narrativas del Nobel peruano.

'Baudelaire, el irreductible'

'Baudelaire, el irreductible' ACANTILADO

Fiel la preceptiva clásica, Compagnon adapta su estilo al tema que aborda: su prosa, riquísima y diáfana, elevada pero accesible, proyecta una retórica que, prescindiendo de los nuevos academicismos, tan partidarios de idiolectos absurdos, se alza (majestuosamente) sobre la vulgaridad expresiva reinante. Recurre –por supuesto sin pedir perdón– a conceptos en latín. Dispone las citas de autoridad con maestría. Y, en cada página, evidencia la enorme distancia que media entre la simple redacción y la auténtica creación verbal. La dignidad expresiva no caduca nunca y la literatura, ese constante ejercicio de supervivencia, tampoco, aunque los días y las noches de cada autor tengan un tiempo tasado e invencible.

Quien conoce el poder del círculo no teme a la muerte”, dice el crítico francés, que muestra cómo en lenguas diferentes y en momentos divergentes el fantasma del fin de la escritura es una invariante cultural. Autor de un fértil libro sobre Baudelaire, Compagnon se dibuja a sí mismo como el viejo santimbanqui del Spleen de París: habitante de un mundo que ya no existe o está en regresión. Hablamos del universo de Goethe, Proust, Sartre, Malraux, Valéry, Gide, Hermann Broch o Henry James, todos escritores difuntos capaces de condensar sentimientos inexplicables –la muerte, el duelo, el dolor– con palabras comunes.

'La muerte de Chatterton', de Henry Wallis (1856)

'La muerte de Chatterton', de Henry Wallis (1856)

Esta exploración por el territorio de las literaturas del Finis Terrae, allí donde el paisaje se convierte sombra y el paisanaje deja paso a la soledad absoluta, deja estampas memorables, como el pasaje de las memorias de Saint-Simón en el que la escritura cesa y aparece sobre el folio una línea llena de cruces y lágrimas dibujadas. Ese día fue cuando murió su mujer. O la página en blanco de la agenda de Nathalie Sarraute, una escritora rusa, en la que únicamente está anotada una fecha y una hora: las cinco en punto de la tarde, el instante exacto en el que su marido murió.

¿Se puede volver a escribir tras vivir estos episodios? Sí. En unos casos, escribe Compagnon, por oficio e inercia. En otros, por desesperación. Y en ambos casos, porque un verdadero escritor, aunque los clásicos lo hayan dicho con palabras hermosas –Nulla dies sine linea (Ni un día sin línea)– en el fondo no sabe qué hacer con su vida, salvo continuar escribiendo. La escritora George Sand –lo cuenta Barthes y lo recuerda Compagnon– era capaz de terminar una novela a las dos de la madrugada y una hora después, a las tres, empezar otra.

Verlaine y Rimbaud y el botánico Bonnier en el cuadro de Henri Fantin-Latour dedicado a 'Los poetas malditos' (1872).

Verlaine y Rimbaud y el botánico Bonnier en el cuadro de Henri Fantin-Latour dedicado a 'Los poetas malditos' (1872).

James Joyce, Robert Musil o Marcel Proust escribieron hasta el último de sus amaneceres. “La renuncia a la escritura se presenta a la vez como una tentación y como un temor”, escribe Compagnon, que pone en relación esta vieja disyuntiva con la paragrafía de Rimbaud –que dejó la literatura después de cumplir veinte años– o la agrafía de Philip Roth, que supo retirarse a tiempo.

Chateaubriand, maestro del tono crepuscular, dedicó su último libro, Vida de Rancé, a un aristócrata siglo XVII que, tras una juventud llena de excesos y locuras, decide consagrarse a la religión, al modo del sevillano Miguel de Mañara, la figura histórica que inspirase el mito de Don Juan, y empezar una vida nueva. La novissima verba es una forma de conjurar la evidencia: los autores mueren, los libros se acaban y las bibliotecas están llenas de las palabras escritas por los muertos. ¿Para qué sirven entonces los libros? ¿Cuál es la finalidad de la escritura? En 1839, en una carta dirigida a la condesa Christine de Fontanes, Chateaubriand escribe:

'Con la vida por detrás'

'Con la vida por detrás' ACANTILADO

“Escucho a mis espaldas mis recuerdos como el rumor de unas olas sobre una playa lejana (…) Soy el último, y antes de partir me ocupo de ordenarlo todo en la casa vacía, antes de cerrar puertas y ventanas. Cumplidos estos piadosos deberes, si mis amigos, cuando me reúna con ellos, me preguntan qué hacía mientras tanto, responderé: ‘Pensaba en vosotros’. Muy pronto habrá entre ellos y yo una comunión de polvo después de la unión de nuestros corazones”.

No cabe mejor descripción de lo que es –y para lo que sirve– la literatura.