'Una reunión en casa de Mme. Geoffrin en 1755', por Lemonnier.

'Una reunión en casa de Mme. Geoffrin en 1755', por Lemonnier.

Letras

Alain Finkielkraut, contra los dogmas actuales

El ensayista francés medita sobre el presente en Pescador de perlas (Alianza), una colección de citas de novelistas y filósofos que da pie a sus reflexiones acerca de cómo la discusión ha sido sustituida por la denuncia como forma de pensamiento

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“Al introducir la humanidad misma del hombre en el taller del hombre, el despreciador del progreso que es Rousseau funda el progresismo. Opone al prometeísmo conquistador de la civilización el objetivo hiperprometeico de una transformación radical de la condición humana”. Esta reflexión podría considerarse el núcleo de la meditación sobre nuestro tiempo que Alain Finkielkraut propone en su nuevo libro, Pescador de perlas (Alianza), una colección de citas de novelistas y filósofos que a su vez inspira una serie de breves comentarios sobre distintos asuntos polémicos. El título alude a la metáfora shakesperiana –la inolvidable canción de Ariel– que Hannah Arendt utilizó para describir la pasión por la cita de su amigo Walter Benjamin, buceador en el mar de una tradición hundida y fragmentaria del que emergía con un puñado de perlas convertidas en algo rich and strange.

Finkielkraut, antes que nada, ayuda a pensar en uno de los límites más contraproducentes de nuestra época. Y es que la discusión está siendo sustituida por la denuncia como única forma posible de pensamiento. Desmantelada la metafísica, parece que a Occidente solo le queda sufrir, sin derecho a réplica, su última y definitiva expiación. El problema de la discriminación racial o sexual, el debate sobre la guerra de Ucrania o de Israel, la situación de las universidades, la degradación de la educación, la autoridad del canon literario o cualquier otro tema controvertido caen de inmediato en uno de los dos grandes estados de la opinión pública en los que por otra parte hay que militar so pena soportar la tacha inapelable del contrario.

'La identidad desdichada'

'La identidad desdichada' ALIANZA

El lenguaje que se nos obliga a utilizar para ello es cada vez más agresivo y simplista. Aquellos que atacan la nueva cultura de la cancelación –y a los que, dicho sea de paso, la cultura suele importarles un comino–, son a su vez combatidos por unos supuestos libertadores de la diversidad cuya única idea es el culto a la diferencia y la perpetuación de la venganza. Del mismo modo, bajo la etiqueta de woke, se pretenden homologar cuestiones complejísimas –que por otro lado vienen tratándose con seriedad en la crítica literaria, la filosofía o la sociología– con simplificaciones estúpidas e incluso ridículas que no pueden denunciarse por miedo a ser identificados con la internacional derechista, que a su vez engulle y difumina discrepancias, disensos, matices o incluso severas impugnaciones que deberían escucharse y tratarse con respeto y atención.

La creciente institucionalización de la sospecha en toda la producción humanística de Occidente está generando una paradójica y deletérea incapacidad para sospechar de los juicios y sentencias que esa práctica caníbal de la propia cultura está dictando. El resultado de la abdicación del deber de duda y afirmación, de la ambición imaginativa que está en los fundamentos de la tradición europea –y que, conviene recordarlo una y otra vez, antes que la reforma del ser humano, propuso su conocimiento, la puesta en escena de lo peor y lo mejor de nuestra condición– es ni más ni menos que la usurpación de la voz pública por parte de personajes como Trump o Milei. Al desguazar nuestra inteligencia para ponerla al servicio de la vergüenza y la culpa, hemos dejado la puerta abierta a que nuestro rostro vacante se llene con la pureza racial, religiosa e ideológica, la máscara totalitaria que a su vez engendra la del oponente al otro lado del espejo.

'La posliteratura'

'La posliteratura' ALIANZA

Porque, al fin y al cabo, de eso se trata, de nuestro rostro. Somos herederos, antes que inquisidores, de una tradición. Ser heredero no significa ni sacralizar ni denigrar una herencia, sino tan solo asumirla. La propia lengua que hablamos ha sido instrumento de dominación y extorsión, pero también de protesta y liberación, materia de canto lo mismo que de sentencia. Pertenecemos a una cultura dominante y colonizadora que sin embargo también ha creado las herramientas imprescindibles para impugnar y desarmar su propio poder. Los mejores escritores de la periferia colonial –Naipaul, Coetzee, Nadine Gordimer, Derek Walcott– se nutrieron del canon para romper sus límites y poder ofrecernos así una representación dramática ambiciosa y responsable de su experiencia política, social y personal.

En uno de los capítulos de este libro, Finkielkraut confronta una cita de Marc Bloch sobre la educación meritocrática (“Queremos una enseñanza secundaria muy ampliamente abierta. Su función es formar a las élites, sin consideración de origen o de fortuna”) con las tesis defendidas por Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron en su libro Los herederos: los estudiantes y la cultura. Según estos autores, la educación clásica no es sino una manera de perpetuar los privilegios de los más favorecidos, dejando que los marginados se culpen a sí mismos de sus malos resultados. Gracias a la asunción de esas ideas, la educación en Francia se ha ido al traste, perjudicando sobre todo y paradójicamente a las clases obreras. “Cada vez son menos los hijos de obreros y de empleados que acceden a las escuelas superiores y a otros estudios de excelencia”.

'Los herederos'

'Los herederos' SIGLO XXI

Al tiempo que se ha desarticulado la selección por el mérito, también se ha desautorizado al canon en el aula, convirtiendo las obras de Racine, Ronsard, Baudelaire, Malraux, Camus, Yourcenar o Duras en meras opiniones, sin distinción de profundidad o de verdad, condenadas por igual a soportar el castigo del privilegio. Como dice Finkielkraut, “nadie suspende, nadie pervive, la doxa no deja ya nada fuera”. Otra cita de Thomas Mann relativa a nuestra relación con el pasado (“Admirar el pasado no es, me parece, necesariamente contrario a la vida y es absolutamente preferible a la impertinencia”) da pie al filósofo a comentar con detalle la causa abierta contra el “hombre occidental blanco heterosexual”, el chivo expiatorio de unos estudios culturales hegemónicos que “no buscan saber sino confirmar sus conocimientos, afinar su acta acusatoria”.

Y aquí vuelve a aparecer el fantasma que se apareció tras la caída del muro de Berlín y la consecuente desaparición del antagonismo entre capitalismo y comunismo. El desencanto que se venía fraguando desde la década de 1960, cuando el proletariado se había aburguesado por culpa del Estado del Bienestar, ya había sido contestado por Herbert Marcuse, el pensador marxista discípulo de Heidegger, en El hombre unidimensional (1968), obra en la que se señalaba a las minorías raciales oprimidas como nuevos sujetos revolucionarios. No se trataba tanto de solventar la situación injusta de esas minorías, integrándolas en el sistema, cuanto de utilizarlas para desacreditar y detonar el mismo. De ahí que la diferencia –ya sea étnica o sexual– se haya instalado en el seno de las democracias occidentales como constante sabotaje a cualquier intento de mantener viva la vieja isonomía, la igualdad ante la ley. El contenido natural que el proyecto democrático aspiraba a disolver desde Grecia se ha vuelto a enseñorear del espacio público. Y así nuestro rostro ha terminado por adquirir el mohín oligofrénico de Trump.

'Pescador de Perlas'

'Pescador de Perlas' ALIANZA

Finkielkraut no esquiva ninguna de las cuestiones más candentes de nuestros días, desde el feminismo hasta el islamismo o las reivindicaciones trans, declarándose un “hombre antiguo” que aún escribe a mano y al que no le duelen prendas a la hora de admitir que lee y admira la prosa de un escritor como Renaud Camus, proscrito en Francia por su teoría del gran reemplazo, utilizada en todo el mundo por la ultraderecha para denunciar un supuesto “genocidio blanco”. Finkielkraut discute y rebate muchos de los postulados de Camus, pero se niega a dejar de leerlo (“para pensar con y contra él”), entre otras cosas porque le ayuda a entender cómo en Francia, lo mismo que en muchas democracias europeas, la integración religiosa se está confundiendo con la fragmentación política, algo que debería poder discutirse, como todo lo demás, sin los habituales aspavientos viscerales que atoran la vida pública.

Sea cual sea la opinión que le puedan merecer a uno las ideas de Alain Finkielkraut, es indiscutible que un libro como Pescador de perlas ayuda ampliar el horizonte de la doxa periodística actual, animándonos a evaluar el pasado con mayor ambición y responsabilidad y a enfrentar los desafíos del presente con una actitud más desprejuiciada y libre.