
John Dos Passos
John Dos Passos cabalga por el territorio de La Mancha
La visión del escritor norteamericano sobre la vida española, recogida en Rocinante vuelve al camino, un libro de 1922, estuvo marcada por la decisiva influencia del regeneracionismo y la huella cultural de los escritores de la primera modernidad
Santa Claus disfrazado de Bea me dejó un regalo interesante sobre la mesa del comedor la noche de Navidad, un libro: Rocinante vuelve al camino (1922), de John Dos Passos, una obra curiosa por varios motivos. Por ejemplo, ver a este escritor azorineando o castilleando con tonos y fórmulas típicamente noentayochistas: “El sendero bajaba zigzagueando por un olivar, entre el gárrulo resplandor de las acequias, que a trechos se ensanchaban en verdes charcos bordeados de juncos, llenos de ranas, en torno a los cuales se erizaban achaparradas adelfas. Yo veía a través de las hojas plateadas de los olivos la rojiza mole de las montañas, veteada por la esmeralda de los ampos de mijo, y arriba, nevadas cumbres contra un cielo añil, bosques de metal recortado en la radiante luz del mediodía”.
La gran ventaja de Dos Passos es que realmente se interesó por los libros y los caracteres de la España contemporánea, realmente se puso a leer una selección escogida de literatura y ensayo, lo que le permite emitir juicios sintéticos y estampar frases como estas: “Giner de los Ríos era el campeón de la vida; Unamuno es el campeón de la muerte”. Como lo hizo Rubén Darío treinta años antes. Dos Passos se da cuenta en seguida de que una conferencia de Valle-Inclán es frontalmente “reaccionaria”, por antieuropeísta, seguramente ignorando que el autor tenía el carné del Partido Carlista.
Ya en camino, bajo un tilo, conversando con un amigo de ocasión, Dos Passos oye decir: “La vieja España es aún omnipotente”, pero no puede resistir la tentación de preguntar cómo era posible, entonces, que hubiera estallado una huelga general revolucionaria en todo el país aquel mismo año. El escritor de Chicago sabe leer los distintos niveles de realidad, sin fiarse de tópicos fáciles, antropologías de palillo ni apariencias. Los problemas están ahí: ni se rehúyen ni se hace demagogia con ellos. Simplemente están bien observados, como cuando escribe: “Hoy día la provincia de Jaén, con certeza tan grande como el estado de Rhode Island, en realidad pertenece a seis familias”.

'Rocinante vuelve al camino'
Y aunque la andadura de sus dos caminantes ficticios, Telémaco y Lieo, empiece en un tablao flamenco (cesión al público de periódicos norteamericano que consumía sus columnas), el texto no tiene nada de españolada prototípica y busca el interés real por los caracteres y la historia de un pueblo que se nota que le interesan lealmente. De aquí que muchos de sus argumentos se parezcan mucho (¡mucho!) a los postulados que defendió María Zambrano en su primer exilio, especialmente en Pensamiento y poesía en la vida española (1939) y similares: “Aquí yace la fuerza y la debilidad de España. Este intenso individualismo nacido de una historia cuyos cimientos descansan en pueblos aislados –sobre la inmutable faz de los cuales, como la hierba sobre el campo, los hechos brotan, maduran y mueren – es la verdadera base de la vida española. No ha habido revolución bastante fuerte para derrumbarlo. Invasión tras invasión: los godos, los romanos, los moros, las ideas cristianas, las novedades y convicciones del Renacimiento han barrido el país, cambiando costumbres superficiales y modas de pensamiento o de lenguaje, sólo para ser metamorfoseadas de acuerdo con el inmutable espíritu ibérico”; todo ello para concluir que “en el espíritu ibérico predomina la idea de que la vida es sueño. (…) Con esta trama y urdimbre han sido tejidos todos los extraños patrones de la vida española”.
Sin duda, esta coincidencia doctrinal se debe a la lectura omnipresente y común de los ensayos de Unamuno, que tanto Dos Passos como Zambrano conocieron e integraron muy bien, y que no eran otras que una versión metafísica de las inquietudes de Joaquín Costa. Por eso resulta tan curioso y tan gracioso este libro regeneracionista escrito por un señor que nació en Chicago y se graduó en Harvard. No está de más recordar que la edición española de Rocinante vuelve al camino es de 1930, traducido por Márgara Villegas, y publicado por Cenit el mismo año en que nuestra filósofa se estrenaba con su prometedor Horizonte del liberalismo.
La visión dospassiana de El Greco (recordemos que el libro se hilvana a través de la peregrinación de dos viajeros de Madrid a Toledo, como el Fernando Ossorio de Camino de perfección, publicada por Baroja en 1902) no se aleja demasiado de las preocupaciones obsesivas sobre Velázquez de Rusiñol, Unamuno u Ortega: “Su visión de la realidad es aguda y clara, pero retorcida. Lo burlesco y lo satírico no andan muy lejos ni en sus más serios momentos”.
El capítulo V está dedicado a la figura de Pío Baroja, y sobre este escribe Dos Passos el retrato más ajustado y extenso de su crónica: “Ése es el mundo de Baroja: lúgubre, irónico, las calles de las ciudades donde la vida industrial descansa pesadamente sobre los hombros de una raza tan poco adaptada a ella como ninguna otra en Europa”. Es curioso ver luego retazos o gestos barojianos en los brochazos y acotaciones paisajísticas de las novelas posteriores de Dos Passos ¿Aprendió esa técnica impresionista en España? Sobre Baroja, realmente la clava: “Fuera de Rusia, nunca ha habido un novelista tan interesado por todo lo que la sociedad y la respetabilidad rechazan” , o: “Baroja no es nunca un propagandista”. Y lo relaciona acertadamente con Gorki.
El noveno está dedicado a Blasco Ibáñez, a quien compara con Víctor Hugo y del que dice “que se codea con el universo”. Aquí hay más ironía que con Baroja: “Su técnica está inspirada, hasta cierto punto, en Zola, tomando de él un poco de su horripilante realismo de periódico, con el inevitable asesinato y muerte repentina en los últimos capítulos”. A Blasco, Dos Passos lo considera un escritor de “entretenimiento”, aunque le agradece haber universalizado con generosidad y grandeza al proletariado valenciano, pese a ser “un soberbio tipo mediterráneo con algo de Aretino, algo de Garibaldi y algo de Tartarín de Tarascón”. Luego son Antonio Machado y Joan Maragall los escritores que le interesa presentar al lector de casa.
Acompañados por un amable Quijote moderno, Telémaco y Lieo alcanzan Toledo y culmina su comprensión del paisaje y la cultura españolas, que Dos Passos estimaba vital y diversa. Política, crítica, historia y viajes se trenzan magistralmente en un libro vivo lleno de lunas y momentos epifánicos: “Contra el anfiteatro gris y ocre se destacaban, a la luz naranja del sol poniente, lienzos de muralla, rematados por almenas y torres cuadradas”. Telémaco y Lieo tardan todo un libro para caminar desde Madrid a Toledo, nosotros podemos hacer ese trayecto en un AVE que tarda media hora, pero lo mejor era dejarse llevar por un arrebato, tomar un cayado, ponerse una gorra y las bambas fuertes, apearse en San Lorenzo de El Escorial o Cercedilla y perderse entre breñales por la sierra.