Lo de Pedro Sánchez con la oficialidad del catalán en la Unión Europea es otra jugada maestra del presidente que propios y extraños se tragan sin querer enterarse. Y, lo que es peor, sin rechistar.
El trile es muy burdo: si antes o después consigue que Europa acepte, será un gran triunfo del modelo plural, federal y chupiguay para España que defiende Sánchez; si falla, no será un fracaso suyo, sino que la culpa será del PP, la derecha carpetovetónica y -cómo no- seudofranquista.
Pero lo cierto es que, por una parte, nunca antes de necesitar los 7 votos de Junts en el Congreso el PSOE defendió con tanto ahínco la necesidad de que el catalán fuera oficial en la UE. Así que el argumento real no es que sea bueno para los ciudadanos o para el modelo de Estado que planean los socialistas, sino que es imprescindible para mantenerse en el poder.
Y, por otra, atribuir al PP la capacidad de convencer a los estados europeos (con uno basta, porque la decisión requiere unanimidad, pero son varios los que se oponen) de rechazar la oficialidad del catalán es ridículo. La influencia real de Feijóo en Europa quedó constatada cuando ni siquiera logró que los populares europeos frenaran el nombramiento de Teresa Ribera como vicepresidenta de la Comisión.
En realidad, el catalán podría ser perfectamente oficial en Europa, por su número de hablantes, la amplitud de territorios en los que se utiliza o su bagaje literario. El problema es que ya hay demasiados idiomas oficiales, y su gestión es engorrosa y le cuesta un pastón a la UE.
Hay quienes defienden que lo razonable es que sólo fueran oficiales las cuatro o cinco lenguas más habladas. Yo, personalmente, estoy convencido de que en la UE solo debería ser oficial el inglés, que es -nos guste o no- la lengua franca del planeta. Insisto, ni siquiera mi lengua, el español, creo que debería ser oficial en la UE. Al fin y al cabo, hablamos de la lengua de trabajo para legislar y comerciar en una torre de babel de países y ciudadanos. Se trata de un idioma para entenderse, no para desarrollar ningún tipo de identidad o cultura.
En todo caso, lo que no se sostiene por ningún lado es promover la oficialidad del catalán en la UE antes de resolver la atrocidad de la inmersión lingüística en Cataluña, y toda la discriminación sistemática que sufrimos los catalanes castellanohablantes por parte de las administraciones locales y autonómica.
No se trata únicamente de que se cumplan las sentencias del 25%, sino de que el castellano sea vehicular en las escuelas públicas al 50%, con pequeñas variaciones en función de la lengua predominante de cada zona. Por ejemplo, el español podría tener una presencia escolar del 45% en Santa Coloma de Gramenet y un 55% en Ripoll.
Además, también habría que resolver la tomadura de pelo de que los rótulos públicos (calles, señales de tráfico, direcciones, instituciones, comunicados, etc.) no estén escritos en las dos lenguas oficiales.
Los problemas deben abordarse por orden de importancia. También los lingüísticos. O, sobre todo, los lingüísticos.
Primero, arreglemos el bilingüismo en las instituciones catalanas. Y luego ya nos pondremos con el plurilingüismo en las europeas.