Al parecer, la expresidenta del Parlament Núria de Gispert, en calidad de presidenta de la Asociación de Antiguos Diputados del Parlamento de Cataluña (un chiringuito cuya existencia desconoce la mayoría de la gente), ha enviado una misiva a Inés Arrimadas (expresidenta de Ciudadanos) alegrándose de que “por fin” vuelva a su ciudad de origen, Jerez de la Frontera. Una decisión que la exconsejera de Justicia de la Generalitat llevaba “mucho tiempo” esperando.

En este contexto, cabe recordar las palabras de Artur Mas (presidente de la Generalitat en la época en la que De Gispert –ambos de CiU– presidía el Parlament) hace unas semanas atribuyendo las acusaciones de Pasqual Maragall sobre el 3% a la demencia que, en realidad, sufrió muchos años después.

De Gispert es una habitual de la promoción del odio y de los insultos xenófobos, racistas o supremacistas. Especialmente contra Arrimadas y contra la Cataluña plural que ella encarnaba.

Desde 2017, son varias las veces en las que ha invitado públicamente a la exdirigente de Ciudadanos a dejar Cataluña. En su vorágine de ofensas, llegó incluso a compararla con una cerda. Y la Cámara autonómica no tuvo más remedio que reprobar su conducta.

Sin embargo, lamentablemente, las palabras de De Gispert sólo han generado indignación entre el constitucionalismo, cuando el sentido común dice que lo que deberían producir es rechazo hacia el nacionalismo

El nacionalismo catalán es Núria de Gispert. El nacionalismo catalán es Artur Mas. Y, atención, estos sólo representan al sector más moderado y elegante. A medida que descendemos por las cloacas del nacionalismo, la inmundicia aumenta. Y también crece en intención de voto.

Por eso, este último episodio es (o era) una buena oportunidad para abrirle los ojos a quienes todavía creen que es posible y razonable pactar, negociar o simplemente hablar con ellos.

Y es que la carta de la xenófoba Núria de Gispert demuestra que la estrategia del contentamiento con el nacionalismo catalán está irremediablemente condenada al fracaso.