Hace unos días, me tocó participar, como miembro del jurado, en la entrega de premios del concurso literario de Cabrera de Mar, un pequeño municipio del Maresme gobernado por Junts.
Fue un acto muy emotivo, al que acudieron decenas de niños y niñas de los dos colegios de la zona, además del alcalde, que solo tiene 26 años y todo el mundo dice que acabará siendo president. Vistas sus dotes para las relaciones públicas y meterse a la gente en el bolsillo, no lo dudo.
Sin embargo, cuando, al terminar el acto, pidió poner Els Segadors a toda castaña y que nos pusiéramos en pie, pensé: “Esto, con Jordi Pujol, no hubiera pasado”.
Mi pensamiento quedó confirmado esa misma tarde tras ver en el cine Parenostre, la película de Manuel Huerga, con guion de Toni Soler, que cuenta cómo vivieron el president Jordi Pujol y su familia los días en que se destapó el escándalo del patrimonio familiar no declarado –casi cuatro millones de euros– que tenían depositado en cuentas bancarias en Andorra desde hacía años.
Como ignorante de la política y del cine que soy, diría que la película –que contiene momentos hilarantes, como la conversación telefónica entre Jordi Pujol y el rey Juan Carlos I, digna de un episodio del Polònia– se caracteriza por dos cosas: una, la brillante interpretación de Josep Maria Pou en su papel de president, y, dos, la visión bastante benevolente y compasiva que ofrece de Pujol.
El president aparece retratado como un hombre culto y devoto, no solo a la fe cristiana, sino a la “construcción” de Cataluña, tarea que le salió bastante bien, a mi modo de ver. Mientras él gobernaba, el país progresó notablemente, sin necesidad de caer en el patriotismo facilón (“som sis milions” me gusta mucho más que apelar al victimismo histórico del 1714), y sí, seguramente hubo corrupción bajo su mando, pero su ambición personal, su auténtica obsesión –según los creadores de la peli– no fue hacerse multimillonario, abusar del poder para su beneficio, sino hacer realidad el país de sus sueños.
“Ara, el país son els teus fills. I jo”, le espeta su fiel y enamorada esposa, Marta Ferrusola, en un momento de la película.
Personaje clave a la hora de respaldar su carrera, Ferrusola le recrimina que haya priorizado siempre Cataluña a sus siete hijos, a los que tuvo que criar “ella sola”. Ahora lo que toca es “protegerlos” del escándalo, aunque estén implicados.
La peli me ha recordado un poco a la serie Sucession: Pujol aparece retratado como un magnate inteligente y paternalista que ha protegido demasiado a sus hijos, hasta tal punto de convertirlos en unos aprovechados con poca autoestima. “La política es una farsa, una farsa enorme”, concluye Pujol, conmovido por la culpa, en otra escena del filme.
Sin embargo, el verdadero malo de la película es, sin duda alguna, el Estado español, gobernado entonces por un Partido Popular rabioso ante el auge del independentismo. Las maniobras sucias del comisario Villarejo, el miedo al independentismo, el espíritu latente del “a por ellos”... todo esto queda bien retratado en la película y nos viene bien para refrescar la memoria.
El juicio a Jordi Pujol, a sus 94 años, está previsto para el 10 de noviembre de 2025. Tendrá entonces 95.