Panel central del Retablo de la Adoración del Cordero Místico, de Hubert y Jan van Eyck (1432). Catedral de San Bavón. Foto Dominique Provost.

Panel central del Retablo de la Adoración del Cordero Místico, de Hubert y Jan van Eyck (1432). Catedral de San Bavón. Foto Dominique Provost.

Artes

Seiscientos años del retablo de Jan Van Eyck

En 1420 el pintor se hizo cargo de la obra Adoración del Cordero Místico, un hito de la Historia del Arte que se aferra a su magia mientras el paradigma cultural cristiano vive una sucesión de cambios tras la elección del nuevo Papa

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Los florentinos del primer Cinquecento lograron que una avenida de árboles se adentrase en el cuadro, igual que se adentra en el horizonte real, y desapareciese. Estudiaron la anatomía y las leyes del escorzo para que el cuerpo pudiese hacer el amor y la guerra en un espacio del grosor de un papel. Jan van Eyck (1390-1441), artista flamenco de su generación, produjo ilusiones semejantes por otro camino, copiando detalles con una paciencia infinita hasta reflejar la imagen como en un espejo. Uno y otros querían ser fieles a la naturaleza para contemplar lo que consideraban una creación divina con los ojos de su Creador. 

Las artes plásticas han sido siempre la manera de conciliar la explicación que le damos a lo inexplicable con lo que tenemos delante de las narices. Representan el acuerdo que firmamos con la imaginación, ni para ti ni para mí, en un momento concreto, y establecemos de manera precaria como la verdad. Uno de los más perfectos retratos de la verdad europea a comienzos de la edad moderna se encuentra en el retablo de van Eyck. Hoy, la que ha sido siempre su casa, la catedral de san Bavón, en la ciudad belga de Gante, va, como tantas otras, camino de convertirse en museo, y el retablo se guarda detrás de un cristal. ¿Qué vemos cuando miramos una obra que está perdiendo su contexto, en ese momento en que empiezan a desvanecerse de la memoria las historias y las explicaciones del mundo que le dan el sentido? 

Retablo abierto. Catedral de San Bavón.

Retablo abierto. Catedral de San Bavón. HUGO MAERTENS

El primer religioso de la visita a la catedral se nos aparece gracias a las gafas de realidad aumentada que vienen incluidas, si así lo elegimos, con el precio de la entrada. Se trata del obispo Antonius Triest, posterior a la época del políptico, amigo de Rubens, van Dyck y Teniers el Joven. De pie a nuestro lado, nos explica la historia del edificio, que se va transformando milagrosamente ante la vista, con columnas que crecen o decrecen en segundos. Los obreros medievales se afanan en su trabajo y los antiguos habitantes de la próspera ciudad flamenca de vocación mercantil entran y salen a sus anchas.

En el ángulo opuesto de la cripta, pasando los frescos románicos, las gafas nos hacen ver después el taller de Jan van Eyck, concentrado en sus detalles. Hay alrededor de ochenta especies vegetales en el tríptico, todas pintadas de manera que fuesen identificables —el mundo visto con una atención que no está en la retina humana, sino en la de Dios—. 

Retablo cerrado. Catedral de San Bavón.

Retablo cerrado. Catedral de San Bavón. DOMINIQUE PROVOST

Le acompañan su esposa Margaret, forzando un poco las fechas, y el teólogo, tal vez Heymericus de Campo, que le asesora en el programa pictórico. El artista fue pionero en adoptar el óleo, del que se le llegó a atribuir la invención. El óleo refleja más luz que la témpera y le permitía simular capas de transparencia, texturas y brillos que no han perdido su poder de asombro.

Tenemos que tomar el ascensor, una vez devueltas las gafas futuristas, para admirar el retablo de verdad en su capilla del ábside. La pieza relata los misterios redentores de la fe católica, es decir, su capacidad sobrenatural de perdonar. Hay un sentido de la continuidad entre el espacio real y el inventado que nos introduce en la historia, porque está pensado para eso, comenzando por la Anunciación del exterior. La luz de la capilla donde estamos parece proyectar las sombras de los marcos en la estancia de la Virgen. Cuando se abre el políptico, Adán y Eva, los primeros en vencer la tentación dejándose llevar por ella, nos franquean también el paso a su lado del mundo pisando el borde pintado de las hornacinas.     

En la parte inferior, el paisaje de los cinco paneles invita a acompañar a la multitud que se congrega. La mirada sigue a los peregrinos, los eremitas y los sabios. Detrás de ellos se combinan templos reales de Flandes con referencias a Jerusalén y una gloriosa vista mediterránea. Hay granados y palmeras de dátiles. Se aprecian, a pesar del tamaño, las puntas ahorquilladas en la cola de las golondrinas. A la vez, las grandes montañas del fondo muestran un ejemplo temprano de lejanía difuminada para crear el efecto de que la profundidad de la imagen es también la de quien observa. 

Detalle del panel de la Virgen María. Catedral de San Bavón.

Detalle del panel de la Virgen María. Catedral de San Bavón. HUGO MAERTENS

En el centro, de pie sobre el altar, el Cordero vivo sangra en un cáliz, representando el sacrificio de Cristo en la eucaristía para hacer posible la expiación. Un concepto que a lo mejor suena ajeno, dicho así, en términos doctrinales, pero responde a una necesidad que no lo es. Se oye mencionarla todos los días en las películas, en las conversaciones íntimas o las consultas de los psicólogos, formulada en otras palabras: ¿cómo salvarse de los errores que ni uno mismo encuentra a veces la manera de perdonarse? 

El retablo de Gante ha sobrevivido en toda su historia a varias agresiones, al menos seis robos y tuvo que ser rescatado de la mina de sal donde lo escondieron los nazis. Su tumultuoso pasado hace comprensible que se exhiba en una vitrina. Cuando se terminó, a comienzos de la década de 1430, precisamente porque habitaban un mundo aún más violento y complicado que el nuestro, lo hubiesen entendido menos. Los donantes que lo encargaron, el comerciante y político Joos Vijdt y su esposa Lysbette Borluut, querrían ver en los ojos del Cordero la promesa de redimirse. La reciente restauración, aún en marcha, ha descubierto bajo barnices y repintados, los ojos más humanos que conocieron entonces.

Detalle del Cordero Místico. Catedral de San Bavón.

Detalle del Cordero Místico. Catedral de San Bavón. DOMINIQUE PROVOST

También se ha descubierto que para Jan van Eyck la obra era un asunto tan personal como para ellos. La inscripción, hasta hace muy poco indescifrable, en los brocados detrás de la Virgen y San Juan, lleva el nombre y la fecha del fallecimiento de su hermano Hubert, por quien debían interceder. Al público de hoy, para qué vamos a engañarnos, también le gustaría disfrutar al otro lado del cristal, en su esplendor, de los colores, el paisaje y las figuras.     

Cuando el contexto varía, la lectura y las sensaciones delante de una obra son forzosamente diferentes. Y el contexto del Altar de Gante ha evolucionado de una manera curiosa: mientras en los últimos siglos la intersección de las iglesias cristianas con el espacio de la razón era cada vez mayor, el declive religioso coincide con una deriva hacia el irracionalismo a izquierda y derecha.

Detalle del Cordero Místico. Catedral de San Bavón.

Detalle del Cordero Místico. Catedral de San Bavón. DOMINIQUE PROVOST

No sería descabellado pensar que el cristianismo haya estado conservando en su seno, igual que hizo a partir de cierto punto con la cultura clásica, esa idea de Burke de un cierto orden racional que no tiene sentido imponer con la violencia y merece ser protegido. Veremos por cuánto tiempo y en qué proporción contribuye a ello, a medida que la catedral se vuelva más museo y el retablo más conjunto de cuadros.    

La ciencia y la ética laica también, como la religión, prometen el paraíso. Sus resultados son más comprobables pero más lentos, al menos, de momento, en lo que toca a la inmortalidad. A veces pueden ser mínimos. ¿Seguimos persiguiendo lo salvífico o esto nuestro es algo diferente? Tal vez nos estamos quedando cortos, o tengamos los europeos un problema de falta de aspiraciones, que en la escena de van Eyck eran tan altas. ¿Están las regulaciones que mantienen el tapón unido a la botella de plástico impidiendo desarrollar la inteligencia artificial? ¿Deseamos con tanta intensidad salvarnos en vida —nos preguntan los ojos humanoides, apenas divisables, del Cordero— como lo deseábamos para después de la muerte?