
Imagen de archivo de Elon Musk
El show de Donald y Elon
Se veía venir que el bromance de Donald Trump y Elon Musk acabaría como el rosario de la aurora. La principal novedad es que todo haya terminado (si es que ha terminado) como una pelea entre matones bocazas, con el uno amenazando al otro con no comprarle nada y el otro diciendo que el uno es un pedófilo que figura en la lista del difunto Jeffrey Epstein (supuestamente suicidado en una celda de Nueva York, aunque la teoría del asesinato no ha sido descartada del todo).
Elon Musk ha borrado el tuit en el que acusaba a su antiguo compadre de sumarse a las juergas de Epstein con menores. ¿Estará buscando la reconciliación? ¿Se habrá percatado del frío que hace fuera de la Casa Blanca y del campo de golf de Mar-a-Lago? ¿O, simplemente, se teme la querella que presumiblemente le presentará el hombre anaranjado?
El Donald no parece muy dispuesto a hacer las paces. Insiste en que a Musk (Pretoria, 1971) se le ha ido la flapa y está como una regadera. Y ha hecho caso omiso de la retirada del tuit infamante. Yo creo que ambos salen perdiendo con el divorcio. Si Trump cumple su amenaza y deja de comprar los satélites y los drones de Musk, éste puede llegar a tener problemas de cash flow, pero no sé si la seguridad nacional de los Estados Unidos puede permitirse prescindir de los onerosos juguetitos del magnate sudafricano.
Desde el principio de esta bonita amistad se vio que la cosa podía terminar mal. Dos machos alfa en la Casa Blanca, dos tipos tan acostumbrados a montar el número y a dar espectáculo, era algo que auguraba un futuro complicado, como así ha sido.
Musk ha sido el más perjudicado por la política, que le ha costado millones de dólares y le ha granjeado el odio de una gran parte de la población, que ha llegado al extremo de quemar concesionarios de Tesla. Para ser el tío más rico del mundo, sus ganas de trascendencia social le han salido muy caras. Por eso los ricos y los grandes empresarios nunca se meten en política directamente. Otra cosa es financiar la campaña electoral del candidato que más conviene a sus intereses, pero dar la cara, ni hablar. Elon Musk acaba de descubrir que, si das la cara, igual te la parten.
Para completar el culebrón del divorcio entre el hombre más poderoso del mundo y el más pastoso (éramos pocos y parió la abuela), ha emergido del inframundo Steve Bannon, anterior amiguito especial del Donald al que pillaron metiéndose en el bolsillo un dinero que no le correspondía. No sé si quiere recuperar la gracia del Donald, pero ha dicho que lo que hay que hacer con Musk es deportarlo a su país de nacimiento, Sudáfrica (que es como pretender que Arnold Schwarzenegger se vuelva a Austria).
Es una idea de bombero, pero no es del todo descartable que a Trump se le antoje de lo más razonable si el otro sigue tocándole las narices (aunque desde Pretoria también te pueden acusar de pedófilo). En cualquier caso, esto aún no ha terminado. No ha hecho más que empezar. Si nos lo tomamos a chufla, el final del bromance puede tenernos entretenidos durante semanas. O meses, que estos dos son muy cansinos.