Pasados los días de fiesta y de gloria, tras la magnífica temporada en lo deportivo a cargo de Hansi Flick y su grupo de técnicos y jugadores, comienza un periodo en el que el Barça se juega no pocas cosas, habida cuenta el cúmulo de problemas que se le han acumulado en los últimos tiempos.

Veamos: la sentencia del caso Olmo y Pau Víctor; el límite salarial combinado con el Fair Play financiero; el juicio del caso Reus, el retorno al Camp Nou para el Gamper; la sanción de la UEFA, por supuestas irregularidades en el balance por segunda vez; el incierto cierre económico del ejercicio, a cargo de la nueva consultora Crowe Global, y un largo etcétera, entre los que figura necesariamente la reaparición de Javier Tebas, sospechosamente callado tras los varapalos recibidos en su afán de hacer cumplir la legalidad a Laporta.

Pero en fechas recientes se ha producido un hecho que poco o nada podría relacionarse con el Barça, si no fuera por los daños colaterales que genera todo conflicto, no solo por la contienda bélica en sí, sino también por los vaivenes de la geopolítica consustanciales con el mundo en que nos ha tocado vivir.

Como sabrán, el Ayuntamiento de Barcelona ha tomado partido de forma oficial en la guerra de Gaza y se ha puesto del lado de Palestina y contra Israel, lo mismo que en su momento hizo el Gobierno español y, de rebote, el Govern catalán, que es del mismo signo político que aquel. Cada cual es muy libre de expresar su opinión, faltaría más, y posicionarse ante un conflicto, no importa de qué se trate.

Pero Cataluña, incluso, ha ido más lejos y, por si había alguna duda, ha cerrado la oficina de representación que tenía en Tel Aviv, para así reforzar con hechos sus palabras de rechazo a Israel.

¿Y qué tiene que ver eso con el Barça? Tiene que ver, nada más y nada menos, con los 2.500 millones (contando los del Espai Barça y los créditos solicitados desde marzo de 2021) que le ha prestado la banca Goldman Sachs, líder mundial en la materia, fundada por financieros judíos y con conocidos vínculos con Israel. Es de sobras sabido que el Barça no tiene capacidad económica para devolver dicha suma, pero siquiera tampoco para reintegrar los 800 millones que, de aquí a 2028, deberá devolver en concepto de intereses y reintegros de capital, mientras los balances anuales se cierran con pérdidas.

El entonces vicepresidente Eduard Romeu, dimitido hace un par de años, dijo con motivo de la presentación de la estrategia económica del Espai Barça (en un acto en el que se olvidaron de incluir en el presupuesto el nuevo Palau Blaugrana, violando así el mandato de la asamblea), que esos millones tendrían que refinanciarse, porque la capacidad económica del club está colapsada por una gestión nefasta, tras las palancas fallidas y la pifia de ir a Montjuïc, entre otros dislates.

La situación es muy delicada, porque esos daños colaterales a que hemos aludido se pueden presentar como represalia a esa postura política de los poderes públicos de España y Cataluña a favor de Palestina, que ha culminado con una carta de agradecimiento a la ciudad de Barcelona por parte del grupo terrorista Hamás.

La pregunta surge automáticamente: ¿y si, daño colateral no explícito, Goldman Sachs no quiere refinanciar la deuda del Barça y exige el pago inaplazable del capital y los intereses recogidos por contrato? ¿Habría algún Banco que prestara 800 millones para resarcir la tercera parte de la deuda con Goldman Sachs? ¿Y a qué interés lo haría? ¿Qué garantías de devolución aportaría el Barça? La respuesta es que tamaña cantidad de dinero es imposible de conseguir para una empresa en números rojos, que no ha podido hacer frente a sus compromisos de gestión ordinaria.

En fin, podríamos seguir elucubrando al respecto, pero lo cierto es que España, Cataluña y, sobre todo, Barcelona se han posicionado de tal manera en el conflicto de Gaza que el futuro del Barça pende de un hilo… si la máquina de desagravios israelí se pone en funcionamiento.

Bien haría el club en buscar algún resquicio para contentar a Israel y anticiparse así a posibles problemas. Porque ese hipotético colapso llegaría de forma sibilina y subrepticia, sin que hubiera relación expresa con el conflicto de Gaza. El precio que podría pagar el Barça en tal caso sería su final como asociación deportiva sin ánimo de lucro, el cambio de propiedad que pasaría a los acreedores y la venta subsiguiente a algún fondo de un país del Golfo. Porque los socios, que no han aportado ni un euro por deseo expreso de Laporta, aquí no pintarían nada.