El personaje puede parecer excéntrico, incluso excesivo. Pero Javier Pérez Dolset no es un cualquiera. Fundador de una de las compañías tecnológicas más relevantes de la España precrisis, su descenso a los infiernos judiciales lo colocó en el radar de quienes saben que, en este país, el poder raras veces es lo que parece. Años después, regresa al escenario mediático no como empresario, sino como denunciante, y lo hace en medio de una tormenta política y judicial que amenaza con llevarse por delante a más de uno.
Las grabaciones que han protagonizado titulares en los últimos días lo muestran hablando con desparpajo de Pedro Sánchez y Santos Cerdán, a quienes vincula con una supuesta campaña contra la UCO de la Guardia Civil y el fiscal José Grinda. Más allá del tono, Dolset vuelve a incomodar al sistema. Al día siguiente, rectifica: dice que exageró, que buscaba impacto. Pero el daño está hecho. Más aún cuando se filtra otra conversación en la que se sugiere que su persecución judicial no fue del todo espontánea.
A partir de ahí, el relato se bifurca. Puede que Dolset quede como un personaje lateral, otro verso suelto y esperpéntico del universo de las cloacas del Estado. Pero también es posible que estemos ante el principio de algo más estructural. Porque Dolset no ha vuelto solo: ha regresado con papeles, con nombres, con cuentas pendientes… y, según fuentes políticas bien posicionadas, con un canal de comunicación abierto con Junts.
Buena parte del contenido que en los últimos días han difundido medios nacionalistas como RAC1 y El Nacional, de línea editorial posconvergente, parece beber de filtraciones interesadas. Las pistas —ciertas, incompletas o incluso fabricadas— habrían sido proporcionadas por el entorno de Dolset, no tanto por afán de justicia personal, sino también para ofrecer a Junts nuevas herramientas de presión sobre el Gobierno, más allá de sus siete votos en el Congreso. La información, una vez más, como instrumento de influencia.
Mientras tanto, el PSOE adopta la estrategia clásica de contención. La figura de Leire Díez, militante del partido y ahora presentada como periodista investigadora, complica la posición del Ejecutivo. Su cercanía a Cerdán, combinada con su rol en las conversaciones con Dolset, levanta preguntas que nadie en Ferraz quiere responder. Se le ha abierto un expediente informativo, sí, pero el silencio en torno a su verdadero papel no ayuda.
El frente empresarial tampoco está cerrado. Dolset mantiene desde hace años un conflicto abierto con el Grupo Planeta. En 2017, presentó una querella por falsificación de pruebas que lo vinculaban con cuentas opacas en Panamá. Acusó directamente a José Creuheras, presidente del grupo, y a Mauricio Casals, el operador político de confianza de una parte de los accionistas de Planeta. Aquella querella fue archivada por motivos de jurisdicción, no por falta de materia. Desde entonces, la tensión no ha bajado.
Planeta no es solo un grupo editorial; es una pieza central en el ecosistema mediático y de influencia en España. Si Dolset logra volver a colocarles en el centro del tablero con documentación que respalde sus acusaciones, no se tratará solo de una vendetta empresarial. Estaremos hablando de un pulso de poder en toda regla.
Y esa es, quizá, la clave de todo. Porque las cloacas del Estado no son solo los agentes oscuros que operan desde el subsuelo, comerciando con documentos policiales y judiciales. También son aquellos que, bajo un falso espíritu democrático, se aprovechan de esas prácticas deleznables para fabricar un relato político a su conveniencia. El independentismo catalán –pese a su constante victimización– ha sido en los últimos años uno de los mayores beneficiarios de esta maquinaria: ha instrumentalizado informes, audios y filtraciones sin rubor alguno, siempre que sirvieran a su causa.
Lo que diferencia este caso de otros es la confluencia de intereses: un empresario con voluntad de revancha, un partido dispuesto a tensionar al Gobierno, una prensa que se mueve en terreno pantanoso, y una estructura de poder que empieza a perder el control del relato.
Las cloacas existen. Eso ya no se discute. La duda es si esta vez el contenido de sus tuberías amenaza con desbordarse. Porque cuando un ciudadano que sabe demasiado —y decide actuar— se convierte en detonante, el sistema tiembla. No porque él tenga la fuerza, sino porque sabe exactamente dónde están las grietas.