Nada bueno podría traer la estampa de Salvador Illa rindiendo honores al Zero Honorable (Jordi Pujol) en el Instituto de Estudios Catalanes durante la presentación –por supuesto, campanuda– del pacto por el catalán con el que el presidente de la Generalitat cumple con la obediencia debida a la obstinada agenda nacionalista que le ayudó –dada la falta de una mayoría propia– a ocupar Sant Jaume a cambio de entregar la libertad –“divino tesoro, que te vas para no volver”– de gobernar sin ataduras.

Illa no podrá esta vez poner su famosa cara de yo no he sido. No hace ahora ni un año –la efeméride se cumplirá en septiembre– que el jefe del PSC invitaba al antiguo patriarca de Convèrgencia a su despacho oficial y, en señal de sincero vasallaje, lo rehabilitaba moralmente, aunque en la figura de Pujol sea imposible conciliar la ética con la estética y el buen gusto con la ejemplaridad. “Es igual”, como dice siempre el mestre Josep María Cortés. Había que hacer lo que había que hacer y se hizo. Y volverá a hacerse cuantas veces sea necesario. ¡Vivan las cadenas!

Si París valía una misa, como dijo Enrique de Borbón, para los socialistas catalanes, altos señores de Sidón, la Generalitat exige soportar un quinario y hasta una novena entera. Se diría, no obstante, que este sacrificio se ha convertido en vicio, porque muchos han interpretado este encuentro (coincidencia no era) como la señal de que Pujol se está desmarcando de Junts, que se niega a apoyar el engendro, ante el notorio escándalo de los pensionados habituales. No abundan tanto, sin embargo, aquellos que interpretan este gesto –“very polite, yes indeed”– como otra prueba irrefutable más de que el PSC, actor dominante dentro del PSOE, acepta que los pulpos o los tigres son ejemplares animales de compañía.

A Puigdemont & Cía y a la CUP, ambos glorias del intelecto, el acuerdo sobre el catalán les parece insuficiente y mayormente indigno, a pesar de los 255 millones que piensa repartir para subvencionar una lengua que –ustedes perdonen, pero los datos son los datos– habla menos de un tercio de los catalanes.

Que a uno le den dinero por hablar –obligatoriamente– de una forma, para que no se le ocurra hacerlo de otra, existiendo dos lenguas oficiales en Cataluña, es un gesto mercantil e inenarrable. Casa muy poco, además con la proclama de Manuel Alvar, insigne lingüista, que siempre vinculaba la lengua a la libertad. Salvo en Cataluña, donde lo que se quiere imponer es un único idioma como si expresarse fuera un acto miliciano. De eso –no de otra cosa– se trata. De acorralar al español.

Los promotores del pacto dicen que el catalán está en retroceso. ¿Dónde? En Cataluña, que es donde se habla, no lo parece. En Finlandia, puede. En Rusia, sin duda. En Gibraltar, por supuesto. Nadie se pregunta el porqué. Esto no interesa. Que el catalán no tenga una posición hegemónica ni siquiera en Cataluña, salvo para los indígenas profesionales, no debería ser un problema. Sólo es la verdad. Pero a muchos les parece un drama.

La cosa es asombrosa, porque la sociedad catalana es bilingüe. Está hecha de muchos cruces culturales y no responde a un molde único. Pero veamos la situación en positivo. El gran hallazgo de esta idea es que, gracias a ella, ya sabemos todos que Salvador Illa no es Adolfo Suárez. En vez de “elevar a la categoría política de normal lo que en la calle es normal”, que es lo que hizo la Santa Transición con el catalán, se dedica a convertir en prioridad un asunto socialmente secundario. Nada es más artificial que obligar a alguien a hablar con un idioma que no conoce o no elige, existiendo como existe una lengua que es común en toda España.

El jefe del PSC sostiene que su iniciativa (que no es suya, sino de ERC) es “abierta e inclusiva”, pero su gobierno no acata las sentencias judiciales que obligan a escolarizar con un mínimo del 25% de las horas lectivas en español. ¿Cómo piensa crear la Generalitat 600.000 catalanohablantes? ¿Fomentando la natalidad? ¿Con un lazo? ¿Imponiendo a la fuerza un idioma en contra de otro dentro de las empresas, tras hacerlo en las instituciones? Si éste es el plan, le auguramos noches de insomnio, mañanas de desasosiego y tardes de honda melancolía. Y menos médicos.

Borges, en una cita célebre, explicó de una vez y para siempre la razón última de que en la Argentina existan tantos peronistas: “Los peronistas lo son porque alguien les paga por serlo”. Aplicar esta misma receta al catalán, que nunca ha tenido más hablantes que ahora, además de no entender nada, es hacerle un flaco favor al idioma de Josep Pla, que escribió indistintamente en español y en catalán, y leía francés.

Un idioma es un herramienta, no un puente que debe ser bombardeado. La lengua no es una insignia militar para segregar a la gente. La inmersión lingüística es una imposición totalitaria. Nada tiene que ver con la cultura. Por eso el español –ya que algunos son incapaces de prescindir de los absurdos e innecesarios términos bélicos lo diremos a su manera– es un instrumento imbatible. Tiene más de 500 millones de hablantes. Es un único idioma, con muchos acentos y un sinfín de banderas. No necesita ni pactos políticos ni subvenciones públicas. Si la mayoría de los catalanes lo prefiere al catalán será por algo. Querer arrinconarlo es ponerle puertas al campo.