Se puede definir la película Parenostre –a la que tanta publicidad gratuita le está dando TV3, por varios motivos, entre los cuales destaca que el productor es un hombre de la casa– como un ejemplo perfecto de aquella anécdota que contaba Nabokov no recuerdo dónde: unos biólogos descubren que un chimpancé que vive en una jaula del zoo es extraordinariamente inteligente y sensible. Tan listo que quizá sepa incluso dibujar.
Para comprobarlo, le proporcionan lápices y papeles, y en efecto el simio se pone a dibujar, pero lo que el pobre bicho dibuja, una y otra vez, es… los barrotes de su jaula.
Así también Manuel Huerga, siendo muy joven era el cineasta más moderno y más cool de su generación, con una veta artística y vanguardista innegable, de manera que cuando dirigía los magacines culturales de los primeros tiempos de TV3 Estoc de pop y Arsenal daba toda la impresión de que con el tiempo sería un David Lynch o un Wim Wenders barcelonés.
Era además un tipo enigmático, con carisma. Pero fue decayendo y afrontando proyectos cada vez más locales, politizados e insignificantes, aportándoles siempre, eso sí, su excelencia estética, hasta acabar con esta hagiografía ficcionada de Jordi Pujol, o sea, pintando los barrotes de su jaula.
¿Por qué, Huerga, por qué? ¿Cómo puede uno equivocarse tanto, echar a los cerdos su talento, ir bajando desde las coreografías de los Juegos Olímpicos –muy superiores a, no sé, Valerio Lazarov–, pasmado por la mistificación sensiblera y falsaria de Salvador en la que convirtió a un imbécil asesino en un héroe, para acabar en la hagiografía de un hombre del poder prosaico a más no poder, que ha sido y ha representado exactamente todo lo contrario de los valores, la creatividad, la energía, la libertad, el espíritu juvenil desenfadado y libérrimo que postulaban aquellos programas de TV3, es decir, para acabar pintando los barrotes de su propia jaula?
He aquí un misterio psicológico con ramificaciones económicas, sociales y políticas que, si lo resolviésemos, nos diría más, mucho más, sobre la Cataluña contemporánea de lo que nos dice Parenostre. Cuyo solo título, por cierto, al jugar con ambigüedad con la prole del político, con una bromita blasfema y con la figura dizque patriarcal de Pujol sobre todos nosotros, resulta además de freudianamente revelador, irritante.
¡Jordi Pujol será tu padre, y desde luego lo es de seres como el guionista, el soi disant gracioso de la tele, el convergente Toni Soler, pero no nuestro, no todos nos resignamos a pintar los barrotes de la jaula!
¿Por qué no dejar ya de mirarse el ombligo? De este telefilme prêt-à-porter, estéticamente tenebrista, según la moda, la crítica más condescendiente salva la interpretación de Josep Maria Pou, cuya reconocida excelencia actoral acierta a conferir a su prosaico personaje resonancias trágicas. ¡Ay, qué dirá de mí la Historia! ¡Qué será de mi legado!
Sin ánimo de ofender, y solo por seguir con el símil de Nabokov, donde Soler y Huerga ven a un parenostre yo solo veo a un filisteo reaccionario caído en desgracia, a otro mono, tan decepcionante como pintor que al fin le han retirado el lápiz y el papel.
Manuel Huerga en el fondo me cae bien y creo que tiene talento. Y por eso me voy a permitir la impertinencia de darle un consejo que no me ha solicitado: aléjate de las malas compañías, ya es hora de salir de la jaula para hacer algo valioso, vamos entrando en años y la Hora no espera.