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Ideas

La sinfonía en las autocracias criminales

Stalin y Hitler quisieron utilizar la música para ensalsar sus nuevos regímenes, desde la asunción de que Rusia y Alemania son dos naciones marcadas a fuego por la música; ambas adornaron la represión a base de sinfonías

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La música y la vida son indisociables y no solamente en la Tierra, porque las notas surcan los firmamentos del orbis magnus. El gran violonchelista Pau Casals vive refugiado en la sierra encantada de Prades, al norte del Pirineo, un lugar que, ante la visita de dos oficiales de las SS, le traslada a la noche oscura de Giordano Bruno, en Campo di Fiori, donde ardió la hoguera de Copérnico.

El músico se da cuenta de que la fuerza de un poder omnívoro trata de calcinar el arte, hundir la convivencia, exterminar al pueblo judío y hasta conquistar planetas lejanos, espacios inacabables en los que sobrevive la música sobre un fondo de silencio sepulcral; Leviatán quiere mancillarlo todo, también el lugar en el que las notas llegan como promesas de liberación. La idea germinal procede de Música para Hitler, de Yolanda García Serrano y Juan Carlos Rubio, una ficción con raíces profundas en el sentir real de sus personajes, publicada por Toro Celeste e incluida en la colección de obras dramáticas, La calderona

A través de sus emisarios (dice la ficción), Hitler le pide a Pau Casals que componga e interprete un concierto para celebrar su décimo aniversario como canciller de Alemania. Estamos en 1943, en medio del Holocausto. En plena madurez, el músico tendrá que demostrar su valentía frente a la abyecta oferta de tocar para el Führer.

Casals decide erigirse en profeta, en pleno exilio español, en la Francia ocupada pinzada entre la precariedad y el desenlace incierto de la Segunda Gran Guerra. En la versión escénica de Música para Hitler, la congoja de Pau Casals se refleja en el rostro de Carlos Hipólito, el actor que hace el papel del compositor y chelista, en la obra de teatro estrenada en los Teatros del Canal de Madrid.

Ahogar el dolor

En la cabeza del músico suena el violonchelo destinado a los graves que él ha convertido tantas veces en melódico. El chérif deshumanizado del mundo occidental le pide una serenata con el instrumento de cuerda más parecido a la voz humana. Quizá ha llegado su hora, el momento en el que todos nos reunimos alrededor de un solo grito, expresión del dolor, origen de la palabra. El compositor se ve con un pie en la ceniza, conviviendo entre los que no tienen futuro. Su negativa le convertirá en un Orfeo solitario con el único consuelo de su lira; pronto vagará melancólico a través de un mundo devastado.

El músico Pau Casals

El músico Pau Casals MUSEU PAU CASALS

Hitler, encarnación del mal, le exige que su música suene muy alta, sin bemoles. El dictador quiere oír los acordes capaces de ahogar el dolor de millones de víctimas, del mismo modo que Stalin les exigió conciertos a los compositores rusos que él desplazó a los pueblos Potenkim de los Urales, en la versión de Michael Krielaars en Al son de la utopía, (Galaxia Gutenberg).

Krielaars, que fue corresponsal holandés en Moscú, recuerda un concierto de Alfred Schnitke en Ámsterdam dirigido por Rostropóvich y narra el abrazo final de ambos, llenando el aforo de hurras y bravos en ruso, a cargo de cientos de personas que, al comienzo de la Perestroika, celebraban con nostalgia la reaparición de los maestros.

El consuelo de la música

El mismo escritor neerlandés narra la muerte de Prokófiev horas antes de la muerte de Stalin y la distancia sideral entre ambos en la memoria de la gente. Moscú y San Petesburgo reviven la pasión por su músico, pero nade quiere acordarse del político. La fama póstuma de Prokófiev salta a la vista en la calle Kamergerski de la capital rusa, donde vivió el compositor, hoy convertida en un elegante boulevard, a pesar de los Bentley junto a las aceras y de las tartas Sacher regadas con champán.

Rusia y Alemania son dos naciones marcadas a fuego por la música; ambas adornaron la represión a base de sinfonías. En las dos naciones, el arte, la literatura, el teatro, el cine o cualquier forma de narrativa fueron objeto de persecución y muerte. Pero el nazismo y el comunismo, las utopías criminales por definición, sin dejar de perseguir a los compositores, buscaron el consuelo de la música. Hitler nombró al gran Richard Strauss responsable del Reichsmusikkamer (Consejo de Música del Reich) y Stalin protegió la integridad del maestro Dimitri Shostakóvich, una historia elevada al nivel de metáfora triste en la novela El ruido del tiempo de Julian Barnes, el titulo homónimo de un texto del poeta ruso Ossip Mandelsstam.

Portada del libro 'Al son de la utopía'

Portada del libro 'Al son de la utopía'

Después de estrenar su Lady Macbeth de Mzensk, Shostakóvich sufrió la persecución de los bolcheviques y vivió la confusión entre el miedo y la vergüenza durante el resto de su vida. Algo parecido les ocurrió a Prokófiev y a los intérpretes como, Richter o Mireya Yúdina. Fueron humillados por Stalin, pero se sumergieron en un arte que entregó al siglo XX lo mejor de la creatividad soviética.  

Los mayores dictadores no le temen a la sinfonía sin voz humana; dan por sentada la atracción que los músicos sienten ante las llamas que lo consumen todo menos el sonido.

Pau Casals no tiene ninguna esperanza de que una de sus piezas civilice a un hombre como Hitler. El tirano nunca entendería que los sones son promesas de purificación en las que el incienso sustituye a la sangre. El género musical hace que todas las artes sean armonías parciales. El político, que ordenó matar a seis millones de judíos en las cámaras de gas, no habla, solo ordena; no sabe que el lenguaje es la armonía del alma.

La más inhumana de las artes

Pau Casals sufre por la suerte de su esposa y su sobrina, que viven con él en Villa Colette (Prades). Habla poco y mantiene una densa correspondencia con Paul Tortelier, Josep Irla, Maurice y Paul Einsberg, Josep Trueta, Rovira i Virgili o, Yehudi Menuhin (Querido maestro; correspondencia de Pau Casals; Acantilado).

Se funde, como han hecho otros, en la materia de su instrumento; considera que los pulmones son el arco del chelo que se mueve de un lado al otro conducido por su antebrazo; sus órganos son los instrumentos de cuerda; las vocales son las columnas de aire y las consonantes, las posiciones de los dedos (Filosofía y consuelo de la música, de Ramón Andrés (Acantiado).

Es la música la que hace sonar a los versos. La nota y el tono nacieron en este mundo, pero procedían de otros mundos viajando en el polvo de estrellas que le permitió a María Zambrano -filósofa sobresaliente y poco reconocida- escribir que “la música es la más inhumana de las artes” (Los hombres y lo divino).

La música procede del espacio vacío, más allá de la última esfera del firmamento. Llega desde la inmensidad de un dios que atropella lo que él mismo ha creado. Es la ciencia del sonido concebida por los antiguos como un ungüento del alma, un instrumento del saber. Desde el origen, el combate que libra la música contra las estructuras del poder y de la guerra, resulta descomunal.