
'Sirât'
'Sirât': un viaje por el desierto con destino al infierno
La película de Óliver Laxe, coganadora del Premio del Jurado en Cannes y cuyo estreno en cines será el próximo viernes, conmueve y sacude al espectador y está llamada a convertirse, por la radicalidad de su propuesta, en una de las grandes obras cinematográficas del cine español de este año
Sirât es una palabra árabe que significa camino o sendero en un doble sentido: el viaje físico y también la exploración interior. En el contexto islámico hace referencia a la vía que conduce a la verdad y al puente que une el infierno y el paraíso. Obviamente, su elección como título no es casual. Con esta cinta el gallego Óliver Laxe (París, 1982) ha ganado ex aequo (con la alemana Sound of Falling de Masha Schilinski) el Premio del Jurado en el festival de Cannes. Intuyo que va a ser el primero de una larga lista de galardones; Sirât (estreno en cines el 6 de junio) está llamada a convertirse en una de las películas españolas del año. Pero al mismo tiempo, también intuyo que no le va a gustar a todo el mundo y que desconcertará o incluso indignará a más de uno. El motivo: la radicalidad de su propuesta, no por las formas sino por el mensaje.

'Sirât'
Laxe es una figura singular en el cine español. Nacido en París, hijo de padres gallegos emigrantes, regresó con ellos a la tierra de origen. Estudió cine en Barcelona, emigró a Londres y después vivió muchos años en Marruecos, donde se interesó por el sufismo y lo estudió. Allí impartió un taller de cine para niños en riesgo de exclusión, que fue el origen de su primer largometraje, el documental Todos vosotros sois capitanes de 2010.
En 2016 llegó Mimosas, una suerte de western contemporáneo de autor en el que se combinaban como monturas los caballos y los destartalados taxis. Rodada en la región montañosa del Atlas marroquí, arrancaba con un anciano que deseaba morir y ser enterrado en el lugar en el que nació, y desarrollaba un viaje iniciático con dilema moral que terminaba en redención mediante el sacrificio. Esto último es relevante, porque está vinculado con el nuevo viaje iniciático que se emprende en Sirât.

Oliver Laxe con Sergi López en el desierto
Ambos largometrajes comparten la magnética presencia de las planicies desérticas y las áridas montañas marroquíes (aunque parte de Sirât se rodó en Aragón, está ambientada en su totalidad en Marruecos). En ambos títulos el cineasta se recrea en la belleza de las imágenes de vehículos avanzando en grupo -casi como si flotaran- por paisajes tan desnudos e infinitos que parecen irreales.
Entre Mimosas y Sirât, rodó en un valle de la Galicia interior Lo que arde, sobre un pirómano que, tras cumplir condena, regresa a la casa de su anciana madre en el lugar en el que incendió el bosque. Puede sonar a crudo drama rural, pero el cine de Laxe tira siempre hacia la dimensión poética y espiritual. Los hipnóticos cinco minutos iniciales de esta película bastan para evidenciar que estamos ante un cineasta notable. Parte del mérito de la fuerza de sus imágenes hay que atribuírselo al director de fotografía Mauro Herce, con el que ha rodado todas sus obras desde Mimosas. En Sirât el trabajo de Herce es portentoso.

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Otro de sus colaboradores habituales es su coguionista Santiago Fillol. Si llevaran sus proyectos a una escuela de guionistas les tirarían de las orejas, porque incumplen todas las pautas que, según la ortodoxia de los gurús hollywoodienses, debe seguir un buen guion. Los de las películas de Laxe están plagados de transgresiones normativas: hay promesas iniciales que no se resuelven, la progresión dramática se puede estancar, hay subtramas que aparecen de la nada, elipsis tan bestias o finales tan abiertos que dejan un montón de cosas sin explicar o resolver… ¿Merecen un suspenso? No. ¿Para qué se inventaron las reglas sino para saltárselas?
Sirât cuenta la historia de Luis, un padre que, acompañado de su hijo pequeño, busca en una rave en el desierto marroquí a su hija, de la que no saben nada desde hace cinco años. ¿Por qué deciden buscarla en esa rave concreta? ¿Por qué buscarla ahora, cinco años después, si la chica se fue por propia voluntad y era mayor de edad? ¿Es creíble que un padre con dos dedos de frente se lleve a su hijo pequeño en semejante viaje? ¿Acaso está divorciado, o es viudo? ¿Al final encuentra a la hija? ¿Se averigua por qué la chica se largó y no volvió a dar señales de vida?

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¿Algunas de estas preguntas tiene respuesta para tranquilidad de los gurús de los guiones? Pues no, la búsqueda es tan solo el punto de partida de un viaje físico y espiritual hacia el infierno. Padre e hijo conocen a un grupo de raveros que les dicen que en unos días habrá otra rave mucho más al sur, en la frontera con Mauritania. Acaso la chica a la que buscan esté allí. Cuando el ejército disuelve la fiesta -hay una difusa guerra en la zona, que irá asomando amenazante en varios momentos-, Luis decide seguir a los raveros que dan esquinazo a los militares y se adentran en el desierto rumbo a la rave mauritana. Lo hace a pesar de que su furgoneta no es un vehículo adecuado para afrontar semejante travesía, que implica cruzar ríos y transitar por peligrosas pistas de montaña.
A Luis -que representa a un tipo común y corriente, de cuya vida no llegamos a saber apenas nada- lo interpreta Sergi López. Primera vez que Laxe utiliza a un actor profesional, que además es el único del reparto en Sirât. Los raveros fueron reclutados en raves. Son tres hombres y dos mujeres de rostros curtidos y heridas visibles. A uno le falta una pierna; a otro, una mano; a varios de ellos, algunos dientes.

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No es casual que uno de ellos luzca en una escena una camiseta con una imagen de Freaks de Todd Browning. Forman una extraña tribu nómada que va de rave en rave, son una suerte de piratas del desierto, seres que viven en los márgenes porque han roto con el pasado y con la sociedad. Su presencia y la de sus vehículos -un enorme camión y un autobús-, en los áridos paisajes le dan a la cinta un aire de Mad Max en versión indie y mucho menos trepidante. Tras algunas reticencias iniciales mutuas, se van estableciendo complicidades entre los compañeros de viaje. La dureza del desierto ayuda a crear sentido de comunidad.
En mitad del viaje -y en mitad del metraje- sucede de forma inesperada algo atroz, inasumible. Dar cualquier tipo de pista sería una barrabasada, porque es crucial para entender el sentido de la película vivir ese impacto, que conmociona. Y a partir de ahí la búsqueda de la hija perdida -con ecos remotos de Centauros del desierto de Ford- cambia de rumbo y el viaje iniciático se transforma en un viaje al dolor, al infierno. Por un momento parece que el guion adoptará la clásica estructura del viaje del héroe y del dolor surgirán la transformación espiritual y la asunción de un nuevo propósito, en este caso vehiculados a través de medios muy terrenales como senda hacia el trance: la ingesta de alucinógenos y la música electrónica (interesante banda sonora de Kangding Ray).

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Entonces, en pleno colocón, en una planicie en medio de la nada, tan espectral que resulta casi irreal, sucede una segunda cosa atroz, o una cascada de atrocidades -sobre las que tampoco debo darles ninguna pista, porque de nuevo se trata de sacudir al espectador de forma súbita y llevarlo a las puertas del infierno. Del que saldrán los protagonistas en un viaje de vuelta hacia la civilización cuyo final desconocemos, aunque parece improbable que sus mentes sean capaces de dejar atrás ese desierto.
El recorrido espiritual que propone Laxe puede producir perplejidad.¿Solo hay renacimiento a través de la digestión del dolor más inasumible? ¿Esos personajes de mirada perdida en la nada tienen una posible redención o solo les queda asumir el infierno? ¿Acaso la aparente invulnerabilidad -lo siento, de nuevo no puedo ser más específico- del personaje de Sergi López significa que ha alcanzado una suerte de santidad?

'Sirât'
Laxe obliga al espectador a mirar algo que no quiere ver, que no quiere asumir. No hablo de gore, ni de ultraviolencia, ni de nada extremo por el estilo. Eso no dejan de ser divertimentos, más o menos morbosos. Hablo de algo verdaderamente desgarrador. En el contexto primario del desierto, en un espacio alejado de la civilización -esos escenarios que también filmó Pasolini-, el cineasta gallego nos confronta con la verdad última de la vida. Sirât es una película conmovedora en el sentido menos ramplón de la palabra. Conmueve porque sacude. Habla de horrores terrenales y espirituales. Habla de heridas físicas y heridas emocionales. Es cine ambicioso y arriesgado, y por eso merece aplauso.