Gerard Martín pelea por un balón contra Dumfries en el Barça-Inter

Gerard Martín pelea por un balón contra Dumfries en el Barça-Inter EFE

Juanito Blaugrana, un Culé en La Castellana

El fútbol no debe nada al Barça

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En el arranque de las semanas más decisivas de la temporada, aquellas que pueden convertir a un Barça ya campeón de Supercopa y Copa del Rey en otro equipo blaugrana de leyenda, es necesario que usted, astuto lector, y yo dejemos una cosa clara aquí y ahora: el fútbol no debe nada al Barça. Da igual cuántas remontadas haya firmado hasta ahora el inexpugnable escuadrón de Hansi Flick para alimentar su fama de insuperable. De igual manera, más allá de los títulos ya conquistados, es fútil que haya hecho morder el polvo en tres partidos y dos finales a un Real Madrid vigente campeón de Liga y Champions que, legítimamente, pensaba en apuntalar su dominio incorporando a Mbappé a sus filas tras seis años, seis, de extravagante cortejo.

Da absolutamente igual que el máximo aspirante al Balón de Oro en este momento sea un Raphinha poseído por los espíritus de Sócrates, Zico, Eder, Serginho y Falcao, o que lo sea precisamente porque siempre acude a la cita con el gol, y a menudo también con la asistencia, en los partidos más importantes. Tampoco sabe el destino que aguarda al Barça del romanticismo de La Masia, de alinear onces con cinco o seis chavales que son más culés que el balón del escudo o de esa cegadora supernova llamada Lamine Yamal, sin duda el futbolista más emocionante del mundo en esta primavera enamoradiza. También raya en la intrascendencia que, pese a las lesiones sufridas y quizá por sufrir, la colección de defensas, centrocampistas, delanteros e incluso porteros de este Barcelona sea una de las más prolijas que se recuerda. 

Será del todo inconsecuente que vaya usted a ver el Inter-Barça al mismo bar donde vio el partido del gol de Iniesta en 2009, seguramente ya reconvertido en street gastro experience con grafitis amateur en la puerta de los baños, a 16,90 euros la hamburguesa y 14,90 el bikini, bebida aparte. También que se ponga la camiseta del centenario, o una de Kappa o incluso una de Meyba. Hay un tifoso como usted en Milán que ya tiene preparada la de Diego Milito y pone velas en un pequeño altar a una foto del mismísimo Mourinho. Y no crea que en las aceras de La Castellana se da la Liga por perdida pese a que Bellingham, Mbappé y Rodrygo nunca bajen a defender o una de las parejas de centrales probable para los blancos en el Clásico sea la formada por Asencio y Vallejo. Anteayer mismo escuché en el mostrador de la charcutería: "Ojo, Toñín, porque el Barça tiene un calendario jodido, jodido".

Lo que sí puedo decirle, y se lo digo con la mano sobre el escudo, es que la grandeza siempre fue esto. Aspirar a todo, no renunciar a nada, infundir miedo en el corazón de los rivales y doblarles el brazo aunque marquen dos o tres goles. Propiciar los derrapes de la caterva vikinga, casi infartada ante la impotencia de su adocenado equipo para evitar un tercer triplete azulgrana y vociferando paridas acerca de vendajes en las muñecas, edades falseadas y árbitros corrompidos. Cosechar los elogios de la mayoría sensata del planeta fútbol por una propuesta atrevida, vanguardista y transformadora, fiel representación de la esencia única del grandioso Fútbol Club Barcelona. Y esa grandeza, apuntalada ya con goleadas y títulos, es motivo más que suficiente para caminar junto a un equipo que alcanzará el triunfo absoluto... o caerá con honor y volverá a intentarlo. El desafío no espera. El fútbol nunca mira atrás y nada está escrito. Pero este sueño del barcelonismo vuela alto. Y mientras así sea, lo nuestro es soñar.

P. D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana