Tiene 17 años y ha roto todos los esquemas, vapuleado todos los pronósticos y pulverizado todos los récords de precodidad. Con Lamine Yamal no es que haya nacido una estrella, es que estamos ante un elegido. Es tan bueno jugando a fútbol que obliga a que se le compare con Leo Messi día sí, día también. Espabilado, pillo, travieso, provocador y juguetón... no solamente es un genio con el balón sino que su descaro va más allá del terreno de juego.
Lo de Lamine Yamal no es ni medio normal. Es de otro planeta. Arrasa allá a dónde va, levanta pasiones y montañas de fans a cada paso que da. Su personalidad imparable va camino de ser una especie de experimento sociológico digno de estudio. Este domingo, tras ganar el clásico, los chavales se le tiraban encima del coche y los miembros de seguridad privada --del club y del propio jugador-- tenían que salir corriendo como locos a poner orden. Lamine, ni se inmuta.
Simboliza el carácter arrollador de una nueva generación, la nacida en el Siglo XXI, que no tiene complejos. Afronta la vida sin miedo --porque "el miedo lo dejé en el parque hace muchos años", aseguró en la previa contra el Inter--, con confianza ciega en sí mismo, y es capaz de desafiar a un monopolio gigantesco como el que controla el lucrativo negocio del fútbol, que mueve miles de millones. Capaz de burlar una y otra vez a los mejores profesionales del mundo con solo 17 años.
Dice su padre, el polémico y divertido Mounir Nasraoui, también conocido como Hustle Hard, que con su hijo va al fin del mundo: "Lamine Yamal, para bien o para mal". Y es, precisamente, ese eslogan el que mejor define el comportamiento del joven talento de Rocafonda.
Con cada regate, con cada asistencia de exterior que da, con cada disparo, con cada celebración, con cada bailecito y con cada respuesta en entrevistas o ruedas de prensa, Lamine parece enviar siempre el mismo mensaje: "Soy así, es lo que hay, si te gusta bien y, si no, también". Le da absolutamente igual lo que piense la gente y eso le hace grande.
Con ese desparpajo tan innato como su talento con el balón en los pies --que desarrolló en los parques de Rocafonda y cuando volvía a casa del colegio con una pelota y dos perros, a los que regateaba y burlaba poniendo en riesgo sus pies-- el joven Lamine ha cargado un equipo de profesionales a su espalda y ha hecho historia liderando a la plantilla contra el Real Madrid. Ni una, ni dos, ni tres, sino hasta cuatro veces ha ganado el Barça al club blanco esta temporada. Cuatro clásicos, cuatro victorias y todas con un mínimo de tres goles. Nunca en los 125 años de historia del Barça se había visto algo semejante. Un marcador global de 16-7.
Pero Lamine lo hace natural. "Si nos meten un gol, no pasa nada, nosotros meteremos dos. Y si nos meten dos, no pasa nada, nosotros meteremos tres. Este año no pueden ganarnos", explicó la joya de la Masía en la entrevista post partido tras la final de Copa en Sevilla. Y lo ha vuelto a repetir este domingo. A pesar del bajón mental tras la dolorosa eliminación de Champions. A pesar del desgaste físico de jugar la prórroga en Milán. A pesar de lo calientes que podían venir los blancos con sus comentarios. Nada de nada. Se los ha vuelto a merendar. Otra victoria y, una vez más, con remontada.
Salvo el primer partido de Liga, con un resultado aplastante en el Bernabéu (0-4), los otros tres clásicos han sido ganados a la heroica, con sendas remontadas. El Madrid-Barça de la Supercopa pasó del 1-0 al 2-5; el clásico de la final de Copa estaba 1-2 y acabó 3-2 para los azulgranas, mientras que el de Liga de este domingo ha pasado de un 0-2 inicial al definitivo 4-3. Una burrada.
Lamine Yamal Nasraoui --su nombre es compuesto, en honor a los dos amigos, Lamine y Yamal, que dieron cobijo a su padre y familia cuando lo estaban pasando mal al llegar a España-- no es solo una estrella. Es el factor diferencial del equipo. Es el jugador que, cuando quiere, marca las diferencias. Que no juega, sino baila sobre la alfombra verde y, cuando se lo propone, nadie le puede parar.
Es alucinante también la calidad de Pedri, el trabajo incansable de Raphinha, la precisión posicional y en el pase de Iñigo y Cubarsí, la magia entre líneas de Olmo, la voracidad de Ferran o la implicación incondicional de Gavi y Fermín. Sin obviar el mérito indiscutible que tiene Hansi Flick poniendo orden y armonía musical a este conjunto de estrellas, haciendo muy buenos a De Jong, Éric García y Gerard Martín. Pero Lamine se ha convertido en la chispa que enciende la llama del fútbol azulgrana. Es tan bueno que no importa si falla Lewandowski, o si no están Balde y Koundé. Él, siempre bien escudado por Pedri, se echa el equipo a las espaldas y hace lo que haga falta. Lo que le da la gana.
Su carácter desacomplejado va más allá del terreno de juego. Su descaro se puede también ver en cualquier entrevista que resuelve con pasmoso desparpajo --"mientras gane, no me pueden decir nada; cuando me ganen, sí"-- o en cualquier vídeo casero que se viraliza en redes --"Me llamo Ryan", les dijo a un grupo de francesas que le pidieron que les hiciese una foto sin reconocerlo-- porque el chaval no tiene límites. Es tan bueno que no es ninguna locura decir que es un aspirante al Balón de Oro 2025. Y con perdón de Raphinha, incluso con perdón de Pedri, no importa que tenga 17 años. Lamine es el mejor jugador de fútbol del mundo y debe aspirar a ganarlo ya.